jueves, 28 de abril de 2011

El bullicioso silencio de Wittgenstein

Ludwing Wittgenstein

Hay hombres que han escrito numerosos libros comparables con la cantidad de años que vivieron, sin embargo son conocidos no más que la punta de sus narices. Ludwig Wittgenstein escribió un par de breves textos mundialmente conocidos e ingeniosamente contradictorios. En el primero, entre otras cosas, apuntó que es mejor callar de lo que no se puede hablar, y en el segundo, prefirió afirmar que estamos inmersos en los juegos del lenguaje. El desafío para Wittgenstein, en el Tractatus logico-philosophicus, fue escribir de aquello que no se puede hablar.

Wittgenstein, nació un 26 de abril de 1889 en Viena. Tres de sus cuatro hermanos se suicidaron. Heredó una gran fortuna de su padre, lo cual prefirió obsequiar a sus hermanos. Se fue de voluntario a la primera guerra mundial. Vivió afín a la comprensión de su po-ética.

Muchas veces desde que era niño me he preguntado por qué la gallina cacarea cuando pone huevos, a lo menos la gallina tradicional, ya que anunciar la existencia de unos huevos implica la existencia de unos pollitos o el peligro de acabar en el sartén. Tal vez más le valiera a la gallina guardar silencio. De ahí viene la paradoja que implica el título del presente texto. Además cabe aclarar que los intertextos recurrentes provienen de Obra abierta, si, de Eco.

El silencio wittgensteniano, en los siguientes párrafos, será comprendido desde el budismo Zen. En tal sentido, el Zen es un rechazo deliberado de todo tipo de filosofías, cuando de lo que se trata es de obtener una iluminación y liberación. Cabe resaltar que la metafísica budista contiene una inherente corrección o negación contra los apegos dogmáticos a ella, como una medicina que contuviera en ella misma un antídoto contra su adicción.

Paul Wienpahl, en uno de sus ensayos sobre el sujeto aludido, asevera que Wittgenstein habría llegado a un estado espiritual semejante a lo que los maestros del Zen llaman satori, y habría elaborado un método educativo que se parece más al método de los mundo y los koan.

En el libro Tractatus logico-philosophicus de Wittgenstein, existen varias afirmaciones que pareciera que predicasen el budismo Zen, como por ejemplo:

El mundo es todo lo que ocurre [1]. Las principales proposiciones y problemas que se han planteado acerca de temas filosóficos no son falsos, pero carecen de sentido. Por consiguiente, no podemos contestar a preguntas de este tipo, sino sólo afirmar su falta de sentido. La mayor parte de las proposiciones y de los problemas de los filósofos resultan del hecho de que nosotros no conocemos la lógica de nuestro lenguaje (…) Y, por consiguiente, no debe asombrarnos que los problemas más profundos no sean en realidad problemas [6.44]. La solución del problema de la vida se ve en el desvanecimiento de este problema [6.521]. Existe en verdad lo inexpresable. Ello se muestra; es lo místico [6.522]. Mis proposiciones son explicativas en este sentido: quien me comprende, las reconoce al fin carentes de significado, cuando ha pasado a través de ellas, sobre ellas, más allá de ellas. (Debe, por así decirlo, abandonar la escala después de haber subido por ella.) Debe pasar por encima de estas proposiciones: entonces ve el mundo de la manera justa [6.54].

La filosofía china usa la expresión “red de palabras” para indicar la rigidez de la existencia en las estructuras de la lógica; y que los chinos dicen: “La red sirve para coger el pez: procurad que se atrape al pez y se olvide la red”.

Abandonar la red o la escalera, y ver el mundo, aprehenderlo en una toma directa en la que cada palabra sea un obstáculo, éste es el satori. Es decir, “De lo que no se puede hablar, se debe callar”.

Los maestros del Zen, cuando un discípulo afirma pensamientos demasiado sutiles, le dan una buena bofetada, no para reprimirlo o castigarlo sino para que pueda sentir que una bofetada es entrar en contacto con la vida misma, sobre la cual no se puede razonar, simplemente se la siente y ya. De la misma manera Wittgenstein, después de haber exhortado a sus discípulos a no ocuparse de la filosofía, el mismo abandonó tal actividad y la enseñanza académica, para simplemente dedicarse a trabajar en los hospitales, a enseñar en las escuelas primarias de los pueblos austriacos. Escogió la vida, la experiencia.

Wienpahl considera que el filósofo austríaco se acercó a un estado de ánimo de un apartamiento tal de teorías y conceptos en el que todos los problemas quedaban resueltos por el hecho de estar disueltos.

Para Wittgenstein las proposiciones lógicas describen la estructura del mundo (6.124) no obstante son tautológicas y no dicen absolutamente nada acerca del conocimiento efectivo del mundo empírico, pero no están en contraste con el mundo y no niegan los hechos, pero permite describirlos.

Tanto en Wittgenstein como en el Zen está presente una inteligencia derrotada, que se desecha después de haberla usado. Aunque, la inteligencia está siempre presente, a pesar de la elección aparente del silencio, para reducir a la claridad por lo menos una parte del mundo. No hay que callar en relación con las cosas; sólo sobre aquello de lo que no se puede hablar, es decir, sobre la filosofía. Según Eco, en Wittgenstein, la inteligencia se derrota por sí sola porque se niega en el momento mismo en que se usa para ofrecernos un método de verificación: pero el resultado final no es el silencio completo, por lo menos en las intenciones a diferencia del budismo.

Una vez el maestro Zen Yao-Shan y un discípulo que le preguntaba qué estaba haciendo con las piernas cruzadas. El maestro le responde: “Pensaba en lo que está más allá del pensamiento”, y el discípulo replica: “Pero ¿cómo puedes pensar en lo que está más allá del pensamiento?”, responde el maestro: “No pensando”. ¿Acaso no demuestra esta anécdota su similitud con la afirmación de Wittgenstein con respecto a la búsqueda de la claridad completa? “La claridad que estamos buscando es claridad completa. Pero esto significa simplemente que los problemas filosóficos deben desaparecer completamente”.

En otro de sus escritos, Wittgenstein indicaba que la tarea de la filosofía es una lucha contra la fascinación que ejercen las formas de representación, es decir, es como un tratamiento psicoanalítico para liberar a “quien sufra de ciertos calambres mentales producidos por la conciencia incompleta de las estructuras de la propia lengua”. Así su filosofía puede considerarse según muchos estudiosos como un “positivismo terapéutico”, resulta como una enseñanza que en vez de ofrecer la verdad, le sitúa a uno en el camino correcto para encontrarla personalmente.

El Budismo ha sido descrito como un conjunto de métodos y técnicas más que una colección de doctrinas, y aunque sea costumbre hablar de “doctrinas”, estas son únicamente construcciones conceptuales, y su prueba es su utilización. De acuerdo a ello, son miradas metodológicas que declaraciones de verdades fundamentales. También Wittgenstein rechazó la idea de que él pensara tesis filosóficas o doctrinas. Eran solamente métodos que funcionan como modos de terapia. Porque las perplejidades filosóficas son como diferentes clases de enfermedades, y así los diferentes métodos son usados de acuerdo a las circunstancias.
Finalmente, Wittgenstein no tiene intención de tratar de unirnos a la filosofía. Por el contrario, librándonos de las perplejidades filosóficas busca liberarnos de la filosofía; el descubrimiento que realmente cuenta es el que a uno hace capaz de no filosofar cuando uno quiere. Es agudamente sorpresivo que varios filósofos profesionales consideren tal punto de partida con divertida incredulidad y escepticismo. En el budismo el objetivo también es, entre otras cosas, librarnos de la atadura de doctrinas y enseñanzas, aun de las propias budistas: porque éstas son meramente como balsas, que nos estimulan a cruzar el río. Cuando hemos cruzado no necesitamos más hacer uso de ellas.

En el desenlace de la trama de El nombre de la rosa (de Eco), se escucha la siguiente conversación entre el fray Guillermo de Baskerville y su discípulo austriaco Adso de Melk:

-Nunca he dudado de la verdad de los signos, Adso, son lo único que tiene el hombre para orientarse en el mundo. Lo que no comprendí fue la relación entre los signos. He llegado hasta Jorge siguiendo un plan apocalíptico que parecía gobernar todos los crímenes y sin embargo era casual. He llegado hasta Jorge buscando un autor de todos los crímenes, y resultó que detrás de cada crimen había un autor diferente, o bien ninguno. He llegado hasta Jorge persiguiendo el plan de una mente perversa y razonadora, y no existía plan alguno, o mejor dicho, al propio Jorge se le fue de las manos su plan inicial y después empezó una cadena de causas, de causas concomitantes, y de causas contradictorias entre sí, que procedieron por su cuenta, creando relaciones que ya no dependían de ningún plan. ¿Dónde está mi ciencia? He sido un testarudo, he perseguido un simulacro de orden, cuando debía saber muy bien que no existe orden en el universo.

-Pero, sin embargo, imaginando órdenes falsos habéis encontrado algo…

-Gracias, Adso, has dicho algo muy bello. El orden que imagina nuestra mente es como una red, o una escalera, que se construye para llegar hasta algo. Pero después hay que arrojar la escalera, porque se descubre que, aunque haya servido, carecía de sentido. Er muoz gelîchesame die Leiter abewerfen, sô Er an ir ufgestigen ist… ¿Se dice así?

-Así suena en mi lengua. ¿Quién lo ha dicho?

-Un místico de tu tierra. Lo escribió en alguna parte, ya no recuerdo dónde. Y tampoco es necesario que alguien encuentre alguna vez su manuscrito. Las únicas verdades que sirven son instrumentos que luego hay que tirar.

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