jueves, 28 de abril de 2011

La teoría de la recepción de Umberto Eco

Umberto Eco
  …¿cómo una obra de arte podía postular, por un lado, una libre intervención interpretativa por parte de sus destinatarios y, por otro, exhibir unas características estructurales que estimulaban y al mismo tiempo regulaban el orden de sus interpretaciones? Como supe más tarde, ese tipo de estudio correspondía a la pragmática del texto o, al menos, a lo que en la actualidad se denomina pragmática del texto; abordaba un aspecto, el de la actividad cooperativa, en virtud de la cual el destinatario extrae del texto lo que el texto no dice (sino que presupone, promete, entraña e implica lógicamente), llena espacios vacíos, conecta lo que aparece en el texto con el tejido de la intertextualidad, de donde ese texto ha surgido y donde más tarde ha mostrado Barthes, produce no sólo el placer, sino también, en casos privilegiados, el goce del texto (Umberto Eco: Lector in fabula).

Más como un proceso de interiorización acerca de unas lecturas tempranas y otras tardías que realizamos de la obra de Umberto Eco[1], en esta ocasión, examinaremos aquellos trabajos que tratan sobre las teorías de la recepción, tanto en una primera etapa que podríamos denominar como presemiótica y otra segunda etapa como propiamente semiótica.

De hecho, consideraremos, en la etapa presemiótica –en el marco de la crítica de arte-, el texto obra abierta y apocalípticos e integrados, mientras que en la instancia semiótica: Lector in fabula, El superhombre de masas y el Tratado de semiótica general.

La propuesta de Eco discurre entre el estructuralismo propuesto por Saussure, Greimas, Barthes, Lévi-Strauss, la glosemática de Louis Hjemslev y la semiótica de Charles Sanders Peirce. En ese sentido, se podría considerar su particular manera de teorizar sobre los complejos sistemas de signos como un estructuralismo que bordea más en la pragmática y el nominalismo.

La obra abierta

En obra abierta (1962), Eco afirma que: a) la forma artística puede ser considerada como una “metáfora epistemológica”, es decir, el arte es un tipo de conocimiento y puede ser descrito por modelos cognitivo-científicos; b) la explicación para interpretar la obra artística necesita de la cooperación del destinatario (lector, espectador, etc.). Entonces, el arte contemporáneo produce “obras abiertas”, que implican un proceso abierto en su interpretación, es decir, una interacción comunicativa entre el artista y el destinatario mediado por la obra.

Esta forma de concebir el arte no solamente produjo un corte definitivo con la forma idealista y aristócrata que imperaba hasta entonces, sino también con las interpretaciones estructuralistas en cierne que consideraban el arte como una estructura cerrada[2].

La “obra abierta” privilegia el polo del destinatario en el sentido de que el mensaje estético puede ser recepcionado con un sentido diferente al propuesto por el emisor. Eco, no cree en un único fundamento y una verdad en la obra de arte, más por el contrario, busca coordenadas que le permitan pensar y justificar la complejidad y variedad de la experiencia artística, cuya característica fundamental precisamente sería la ambigüedad de su mensaje.

El mensaje ambiguo de la obra de arte y el lugar privilegiado del destinatario no quieren exactamente decir que el proceso comunicativo es regido por elementos subjetivos, sino que los “mensajes abiertos” no dejan de estar regidos de alguna manera por constricciones textuales y que proponen un equilibrio entre la libertad interpretativa del destinatario y la fidelidad de la obra misma.

Entonces surge la pregunta: ¿cómo una obra de arte podía postular, por un lado, una libre intervención interpretativa por parte de sus destinatarios y por otro lado, mostrar unas características estructurales que estimulaban y al mismo tiempo regulaban el orden de las interpretaciones? La respuesta a esta pregunta, se ofrece en el texto Lector in fabula, que a continuación pasamos a desarrollar en su primer capítulo, donde se responderá parcialmente a la pregunta planteada. La respuesta parcial se centrará en la concepción del texto como una enciclopedia que implica el juego del contexto, texto y las circunstancias de enunciación.

Dos etapas de las teorías textuales

Para responder a la pregunta planteada en el primer acápite, es necesario distinguir entre dos posiciones de considerar las teorías o semióticas textuales, a saber, las teorías de primera y segunda generación.

Las teorías semióticas de primera generación se sostenían en la lingüística de la oración, mientras que las de la segunda generación trataban de conseguir una fusión entre un estudio de la lengua como sistema estructurado que precede a las actualizaciones discursivas y un estudio de los discursos o de los textos como productos de una lengua ya hablada o destinada a ser hablada (Eco, 2000: 23).

Eco, reconoce que ambas posturas, han demostrado la existencia de ciertas propiedades de un texto que no corresponden a las propiedades de una oración simplemente, más por el contrario, la interpretación de un texto depende también de ciertos factores pragmáticos[3], ya sean lingüísticos y/o extralingüísticos.

Contexto, cotexto y circunstancias

En ese sentido, la “comunicación literaria” (dependencia entre un hablante y un oyente) debe recurrir a selecciones contextuales y circunstanciales, es decir, un hablante tiene la posibilidad de inferir, a partir de una expresión aislada -por ejemplo la expresión ‘gato’-, su posible contexto lingüístico y sus posibles circunstancias de enunciación, tal como dice Eco: “El contexto y la circunstancia son indispensables para poder conferir a la expresión su significado pleno y completo, pero la expresión posee un significado virtual que permite que el hablante adivine su contexto” (p: 26).

Así la expresión ‘gato’ cuando está en conexión con marcas como ‘coche’, ‘rueda’, ‘neumático’, etc., designará un artefacto mecánico que se usa para cambiar la rueda del coche, mientras en un contexto biológico, donde aparezcan marcas como ‘animado’, ‘de cuatro patas’, etc., el término se referirá a un animal mamífero, carnívoro, etc., y cuando el término en cuestión, coaparece concretamente con otros términos, es decir cuando la selección contextual se actualiza, tenemos el cotexto. Como dice Eco: “Las selecciones contextuales prevén posibles contextos: cuando éstos se realizan, se realizan en un cotexto” (p: 29).

En cuanto a las selecciones circunstanciales, se refieren a que la interpretación está relacionada con la circunstancia en que fue enunciado el término (‘gato’), es decir, que el término en cuestión puede haberse emitido en un viaje, en el mercado, en un zoológico, etc.

Hasta aquí, hemos ya dilucidado la distinción entre cotexto, contexto y circunstancia. Estos tres elementos son importantes para comprender los enunciados de cualquier texto, en nuestro caso un texto literario.

El texto como enciclopedia

La noción de enciclopedia es más que la presencia de todas las opiniones comúnmente compartidas en un momento histórico sobre los referentes de una palabra, implica las definiciones culturales que una cultura proporciona de todas sus unidades de contenido. En efecto, el texto al ser la expansión de un semema posibilita que el contexto pueda actualizarse en diferentes cotextos y éstos a la vez expandir diferentes campos semánticos reconstruyendo constantemente las unidades de contenido de una cultura (cfr. Eco, 1988: 165).

La enciclopedia es como un laberinto global y cartografía de la semiosis, podríamos decir que es irrepresentable en su extensión total, pero puede ser representado localmente por lo que se denomina “zonas de competencia”, por “porciones” de campos semánticos. Así, la enciclopedia debe ser razonablemente capaz de proporcionar a la semiótica, en este caso semiótica literaria, un mapa relativizado de los posibles itinerarios o desplazamientos semántico-pragmáticos del intérprete o interpretante en el sentido peirceano.

La enciclopedia no puede lógicamente prever todos los desplazamientos y circunstancias o contextos posibles del discurso construido en el texto, pero sí puede acercarse suficientemente en cuanto mapa semántico-pragmático relativo a una cultura determinada.

Conclusiones

Por tanto, un texto se caracteriza porque su construcción es “incompleta” y busca que el destinatario, a través de movimientos cooperativos, activos y conscientes pueda completar y llenar enciclopédicamente su propuesta estructural en el marco de una pragmática textual, entendiendo que el texto no es más que la expansión de un semema.

Las teorías de segunda generación (a partir de las propuestas semióticas de Peirce), considera reconocer la enciclopedia del texto, es decir, el saber cultural e idiosincrásico que hay en él a diferencia de las teorías de primera generación que solamente se limitan a ver en el texto un saber en forma de diccionario, es decir, donde el lector atribuye significados primarios a los términos que aparece en el texto.

Mientras que una competencia enciclopédica “se basa sobre datos culturales aceptados socialmente debido a su constancia estadística” (p.30), y “este tipo de representación enciclopédica puede integrarse mediante elementos de hipercodificación a través del registro de ´cuadros` comunes e intertextuales. De este modo se postula una descripción semántica basada en la estructura del código que se construye par alcanzar la comprensión de los textos; al mismo tiempo se postula una teoría del texto que no niega, sino que, por el contrario, engloba (a través de la noción de enciclopedia o thesaurus, y también frame) los resultados de un análisis componencial ampliado” (p. 37).



[1] Umberto Eco, actualmente es el Secretario general de la International Association for Semiotic Studies, entre sus obras más importantes destacan: Obra abierta, Lector in fabula, Tratado de semiótica general, Semiótica y filosofía del lenguaje, El superhombre de masas, etc. Su faceta como narrador se inicia en 1980 con El nombre de la rosa, luego El péndulo de Foucault, etc.
[2] Véase la discusión generada con Levi-Strauss con respecto a la estructura cerrada de una obra de arte (Caruso, 1969: 57).
[3] El uso del término pragmática –aclara Eco- no coincide con el de Morris, quien lo limitaba al estudio de los efectos de un mensaje. Eco, entiende por pragmática – retomando los aportes de Bar-Hillel, Montague y Petöfi- el estudio de la dependencia esencial de la comunicación, respecto al hablante y al oyente en el contexto lingüístico y extralingüístico, además de la disponibilidad del conocimiento básico, de la rapidez de adquisición de ese conocimiento como de la buena voluntad de los que participan del acto comunicativo (2000: 24).

BIBLIOGRAFÍA

CARUSO, Paolo (1969). Conversaciones con Lévi-Strauss, Foucault y Lacan. Barcelona: Anagrama.
ECO, Umberto (2000). Lector in fabula. Barcelona: Lumen. 5ta. edic.
ECO, Umberto (1995). El superhombre de masas. Barcelona: Lumen.
ECO, Umberto (1993). Obra abierta. Barcelona: Ariel.
ECO, Umberto (1988). Tratado de semiótica general. Barcelona: Lumen. 4ta. edic.


El bullicioso silencio de Wittgenstein

Ludwing Wittgenstein

Hay hombres que han escrito numerosos libros comparables con la cantidad de años que vivieron, sin embargo son conocidos no más que la punta de sus narices. Ludwig Wittgenstein escribió un par de breves textos mundialmente conocidos e ingeniosamente contradictorios. En el primero, entre otras cosas, apuntó que es mejor callar de lo que no se puede hablar, y en el segundo, prefirió afirmar que estamos inmersos en los juegos del lenguaje. El desafío para Wittgenstein, en el Tractatus logico-philosophicus, fue escribir de aquello que no se puede hablar.

Wittgenstein, nació un 26 de abril de 1889 en Viena. Tres de sus cuatro hermanos se suicidaron. Heredó una gran fortuna de su padre, lo cual prefirió obsequiar a sus hermanos. Se fue de voluntario a la primera guerra mundial. Vivió afín a la comprensión de su po-ética.

Muchas veces desde que era niño me he preguntado por qué la gallina cacarea cuando pone huevos, a lo menos la gallina tradicional, ya que anunciar la existencia de unos huevos implica la existencia de unos pollitos o el peligro de acabar en el sartén. Tal vez más le valiera a la gallina guardar silencio. De ahí viene la paradoja que implica el título del presente texto. Además cabe aclarar que los intertextos recurrentes provienen de Obra abierta, si, de Eco.

El silencio wittgensteniano, en los siguientes párrafos, será comprendido desde el budismo Zen. En tal sentido, el Zen es un rechazo deliberado de todo tipo de filosofías, cuando de lo que se trata es de obtener una iluminación y liberación. Cabe resaltar que la metafísica budista contiene una inherente corrección o negación contra los apegos dogmáticos a ella, como una medicina que contuviera en ella misma un antídoto contra su adicción.

Paul Wienpahl, en uno de sus ensayos sobre el sujeto aludido, asevera que Wittgenstein habría llegado a un estado espiritual semejante a lo que los maestros del Zen llaman satori, y habría elaborado un método educativo que se parece más al método de los mundo y los koan.

En el libro Tractatus logico-philosophicus de Wittgenstein, existen varias afirmaciones que pareciera que predicasen el budismo Zen, como por ejemplo:

El mundo es todo lo que ocurre [1]. Las principales proposiciones y problemas que se han planteado acerca de temas filosóficos no son falsos, pero carecen de sentido. Por consiguiente, no podemos contestar a preguntas de este tipo, sino sólo afirmar su falta de sentido. La mayor parte de las proposiciones y de los problemas de los filósofos resultan del hecho de que nosotros no conocemos la lógica de nuestro lenguaje (…) Y, por consiguiente, no debe asombrarnos que los problemas más profundos no sean en realidad problemas [6.44]. La solución del problema de la vida se ve en el desvanecimiento de este problema [6.521]. Existe en verdad lo inexpresable. Ello se muestra; es lo místico [6.522]. Mis proposiciones son explicativas en este sentido: quien me comprende, las reconoce al fin carentes de significado, cuando ha pasado a través de ellas, sobre ellas, más allá de ellas. (Debe, por así decirlo, abandonar la escala después de haber subido por ella.) Debe pasar por encima de estas proposiciones: entonces ve el mundo de la manera justa [6.54].

La filosofía china usa la expresión “red de palabras” para indicar la rigidez de la existencia en las estructuras de la lógica; y que los chinos dicen: “La red sirve para coger el pez: procurad que se atrape al pez y se olvide la red”.

Abandonar la red o la escalera, y ver el mundo, aprehenderlo en una toma directa en la que cada palabra sea un obstáculo, éste es el satori. Es decir, “De lo que no se puede hablar, se debe callar”.

Los maestros del Zen, cuando un discípulo afirma pensamientos demasiado sutiles, le dan una buena bofetada, no para reprimirlo o castigarlo sino para que pueda sentir que una bofetada es entrar en contacto con la vida misma, sobre la cual no se puede razonar, simplemente se la siente y ya. De la misma manera Wittgenstein, después de haber exhortado a sus discípulos a no ocuparse de la filosofía, el mismo abandonó tal actividad y la enseñanza académica, para simplemente dedicarse a trabajar en los hospitales, a enseñar en las escuelas primarias de los pueblos austriacos. Escogió la vida, la experiencia.

Wienpahl considera que el filósofo austríaco se acercó a un estado de ánimo de un apartamiento tal de teorías y conceptos en el que todos los problemas quedaban resueltos por el hecho de estar disueltos.

Para Wittgenstein las proposiciones lógicas describen la estructura del mundo (6.124) no obstante son tautológicas y no dicen absolutamente nada acerca del conocimiento efectivo del mundo empírico, pero no están en contraste con el mundo y no niegan los hechos, pero permite describirlos.

Tanto en Wittgenstein como en el Zen está presente una inteligencia derrotada, que se desecha después de haberla usado. Aunque, la inteligencia está siempre presente, a pesar de la elección aparente del silencio, para reducir a la claridad por lo menos una parte del mundo. No hay que callar en relación con las cosas; sólo sobre aquello de lo que no se puede hablar, es decir, sobre la filosofía. Según Eco, en Wittgenstein, la inteligencia se derrota por sí sola porque se niega en el momento mismo en que se usa para ofrecernos un método de verificación: pero el resultado final no es el silencio completo, por lo menos en las intenciones a diferencia del budismo.

Una vez el maestro Zen Yao-Shan y un discípulo que le preguntaba qué estaba haciendo con las piernas cruzadas. El maestro le responde: “Pensaba en lo que está más allá del pensamiento”, y el discípulo replica: “Pero ¿cómo puedes pensar en lo que está más allá del pensamiento?”, responde el maestro: “No pensando”. ¿Acaso no demuestra esta anécdota su similitud con la afirmación de Wittgenstein con respecto a la búsqueda de la claridad completa? “La claridad que estamos buscando es claridad completa. Pero esto significa simplemente que los problemas filosóficos deben desaparecer completamente”.

En otro de sus escritos, Wittgenstein indicaba que la tarea de la filosofía es una lucha contra la fascinación que ejercen las formas de representación, es decir, es como un tratamiento psicoanalítico para liberar a “quien sufra de ciertos calambres mentales producidos por la conciencia incompleta de las estructuras de la propia lengua”. Así su filosofía puede considerarse según muchos estudiosos como un “positivismo terapéutico”, resulta como una enseñanza que en vez de ofrecer la verdad, le sitúa a uno en el camino correcto para encontrarla personalmente.

El Budismo ha sido descrito como un conjunto de métodos y técnicas más que una colección de doctrinas, y aunque sea costumbre hablar de “doctrinas”, estas son únicamente construcciones conceptuales, y su prueba es su utilización. De acuerdo a ello, son miradas metodológicas que declaraciones de verdades fundamentales. También Wittgenstein rechazó la idea de que él pensara tesis filosóficas o doctrinas. Eran solamente métodos que funcionan como modos de terapia. Porque las perplejidades filosóficas son como diferentes clases de enfermedades, y así los diferentes métodos son usados de acuerdo a las circunstancias.
Finalmente, Wittgenstein no tiene intención de tratar de unirnos a la filosofía. Por el contrario, librándonos de las perplejidades filosóficas busca liberarnos de la filosofía; el descubrimiento que realmente cuenta es el que a uno hace capaz de no filosofar cuando uno quiere. Es agudamente sorpresivo que varios filósofos profesionales consideren tal punto de partida con divertida incredulidad y escepticismo. En el budismo el objetivo también es, entre otras cosas, librarnos de la atadura de doctrinas y enseñanzas, aun de las propias budistas: porque éstas son meramente como balsas, que nos estimulan a cruzar el río. Cuando hemos cruzado no necesitamos más hacer uso de ellas.

En el desenlace de la trama de El nombre de la rosa (de Eco), se escucha la siguiente conversación entre el fray Guillermo de Baskerville y su discípulo austriaco Adso de Melk:

-Nunca he dudado de la verdad de los signos, Adso, son lo único que tiene el hombre para orientarse en el mundo. Lo que no comprendí fue la relación entre los signos. He llegado hasta Jorge siguiendo un plan apocalíptico que parecía gobernar todos los crímenes y sin embargo era casual. He llegado hasta Jorge buscando un autor de todos los crímenes, y resultó que detrás de cada crimen había un autor diferente, o bien ninguno. He llegado hasta Jorge persiguiendo el plan de una mente perversa y razonadora, y no existía plan alguno, o mejor dicho, al propio Jorge se le fue de las manos su plan inicial y después empezó una cadena de causas, de causas concomitantes, y de causas contradictorias entre sí, que procedieron por su cuenta, creando relaciones que ya no dependían de ningún plan. ¿Dónde está mi ciencia? He sido un testarudo, he perseguido un simulacro de orden, cuando debía saber muy bien que no existe orden en el universo.

-Pero, sin embargo, imaginando órdenes falsos habéis encontrado algo…

-Gracias, Adso, has dicho algo muy bello. El orden que imagina nuestra mente es como una red, o una escalera, que se construye para llegar hasta algo. Pero después hay que arrojar la escalera, porque se descubre que, aunque haya servido, carecía de sentido. Er muoz gelîchesame die Leiter abewerfen, sô Er an ir ufgestigen ist… ¿Se dice así?

-Así suena en mi lengua. ¿Quién lo ha dicho?

-Un místico de tu tierra. Lo escribió en alguna parte, ya no recuerdo dónde. Y tampoco es necesario que alguien encuentre alguna vez su manuscrito. Las únicas verdades que sirven son instrumentos que luego hay que tirar.