Jaime Saenz |
Las diferentes corrientes poéticas que influyeron en América Latina, y de manera especial en Bolivia, tuvieron como matriz diferentes realizaciones artísticas de Europa. Este hecho se puede constatar -más que todo- en el período de la colonia. Donde diferentes escritores, novelistas y poetas imitaron el estilo de los escritores europeos, más que todo de los franceses.
La literatura boliviana comienza a cobrar vida propia a partir de las construcciones literarias (creaciones) “modernistas”, bajo el gran influjo de los poetas franceses, tal como menciona E. Finot: “... el modernismo, que pasó a la literatura castellana por influencia de los parnasianos y simbolistas franceses, se arraigó en América antes que en España...” (1981:8). De este hecho, son una clara evidencia el nicaragüense Rubén Darío (1867–1916) y el boliviano Ricardo Jaimes Freire (1868–1933).
Según Finot y otros críticos literarios, incluido los historiadores, reconocen que con Jaimes Freire y Gregorio Reynolds (1882–1947) la poesía boliviana adquiere vida propia, puesto que las prácticas literarias comienzan a presentar un rigor inicial en la construcción estilístico-temática de la escritura, es decir, la obra.
La sistematización del verso libre es una de las características de Freire, que rompe con la monotonía descriptiva de las prácticas poéticas anteriores a esa época. Mientras que Gregorio Reynolds enfatiza –en su escritura- el tejido metafórico de imágenes patéticas y ricas en significación, y su constante alusión de neologismos de la lengua que se connuvian con temas poéticos acerca de experiencias psicológicas como las “crisis nerviosas”, “delirium tremens”, etc. (Mitre, 1992:1).
Otro poeta –en un rumbo acaso solitario- que propone un estilo de escribir poesía es Franz Tamayo, aún en vigencia del modernismo, aunque con una temática que bordea más el helenismo (Gómez, 1980).
Las características de la trilogía modernista (Freire, Reynolds y Tamayo) fueron: la falta de realidad y de ambiente, el cosmopolitismo y exotismo, que en algún momento se constituyeron en las normas de esa corriente literaria, más que todo en la poesía.
En la década de 1970, la poesía boliviana, todavía se aferraba a referentes históricos como la guerra del Chaco (1932 – 1935), la revolución del 9 de abril (1952) y las guerrillas del Che Guevara (1967).
Y este discurrir de la poesía, correspondiente a esta década, engloba a las tres corrientes artísticas, a saber, el “romanticismo”, el “modernismo” y el “vanguardismo” (Cáceres, 1989: 7). Aunque es imposible pensar en una corriente poética autónomamente pura, puesto que siempre existen confluencias tanto en el plano de la expresión y del contenido (en el sentido semiótico).
En las últimas décadas –según Luis H. Antezana (1994:8)- dos poetas: Oscar Cerruto y Jaime Sáenz, inscriben con el rigor de sus creaciones profusas, nuevas maneras de escribir y hacer poesía. Oscar Cerruto fue el poeta que trazó el puente para el paso del “modernismo” a lo que se ha denominado como el “neomodernismo” o “vanguardismo”. La poesía de Cerruto, nos permite entrever el curso que ha seguido la poesía latinoamericana después de las corrientes de vanguardia. Y en palabras de Oscar Rivera-Rodas, este tipo de poética se caracterizaba por sus rasgos de autonomía y de clausura (en sentido de Ducrot y Todorov).
“Fue la concepción de un lenguaje que ya podía ser empleado de acuerdo con las necesidades del poeta, en doble sentido de la adecuación de la forma al estado anímico – conceptual comunicante y a los nuevos significados producidos en el fenómeno autóctono de la obra” (R-Rodas, 1976: 7).
Según el mismo autor, las experiencias vanguardistas que deben su realización a las innovaciones “modernistas”, consolidaron una doble particularidad y autonomía:
a) la autonomía del poeta frente a su medio externo, a través de una visión “objetiva-subjetiva” del mundo;
b) la autonomía de la obra literaria frente a su autor, que le otorgó un sistema propio dentro del cual podía regirse merced a normas de sí misma.
Se ingresa de lleno, a partir de Cerruto y Sáenz, a la concepción de que la obra literaria no es un reflejo de la “realidad”, sino más bien una proyección, el poder ser del ser (en el sentido de Heiddeger). Además la obra debe ser leído, reconstruido, completado por el lector. Puesto que la mayoría de las veces un texto (mensaje) nunca llega al lector en el mismo sentido (discurso) que fue concebido por su autor real. El texto literario se convierte así en una entidad autónoma, que posee su propia estructura de significación semiabierta (Umberto Eco). ¿Acaso sabía de esto Sáenz que en cada una de sus obras imprimiera su agonizante experiencia místico-religiosa? No obstante el tiempo transcurre y en su camino pacientemente borra las huellas personales del autor real, para simplemente mantener al autor modelo reconstruido por el lector, quien conforme a la época actualizará la máquina perezosa, el texto.
BIBLIOGRAFÍA
ANTEZANA, Luis Huáscar:
1994 “El archipiélago poético”. en: Presencia literaria, La Paz 18 de septiembre.
GOMEZ, Dora:
1980 La poesía lírica de Franz Tamayo. La Paz: Los amigos del libro.
CÁCERES, Adolfo:
1989 “Situación de la nueva poesía boliviana”. en: Correo-Los Tiempos,
Cochabamba 4 de mayo.
FINOT, Enrique:
1979 Historia de la literatura boliviana. La Paz: Gisbert.
MITRE, Eduardo:
1992 “Gregorio Reynolds: la crítica de la modernidad”. en: Presencia literaria-Presencia. La Paz 10 de mayo.
RIVERA-RODAS, Óscar:
1976 Prólogo-estudio a Cántico traspasado. La Paz: Biblioteca del Ses-
quicentenario de la República.
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