Cuando pienso en el misterio de la noche, imagino el misterio de tu cuerpo,
que es sólo una manera de ser de la noche;
yo sé de verdad que el cuerpo que te habita no es sino la oscuridad de tu cuerpo;
y tal oscuridad se difunde bajo el signo de la noche.
En las infinitas concavidades de tu cuerpo, existen infinitos reinos de oscuridad;
y esto es algo que llama a la meditación.
Este cuerpo, cerrado, secreto y prohibido; este cuerpo, ajeno y temible,
y jamás adivinado, ni presentido.
Y es como un resplandor, o como una sombra:
sólo se deja sentir desde lejos o en lo recóndito, y con una soledad excesiva, que no te pertenece a ti.
yo sé de verdad que el cuerpo que te habita no es sino la oscuridad de tu cuerpo;
y tal oscuridad se difunde bajo el signo de la noche.
En las infinitas concavidades de tu cuerpo, existen infinitos reinos de oscuridad;
y esto es algo que llama a la meditación.
Este cuerpo, cerrado, secreto y prohibido; este cuerpo, ajeno y temible,
y jamás adivinado, ni presentido.
Y es como un resplandor, o como una sombra:
sólo se deja sentir desde lejos o en lo recóndito, y con una soledad excesiva, que no te pertenece a ti.
(Jaime Sáenz)
Me impulsa a escribir el presente relato, el único propósito de conocer el paradero de mi amigo José Estensoro, quien desapareció misteriosamente el pasado año. Según el conserje del edificio donde tenía alquilado un departamentito, la última vez fue visto el 16 de julio del año 2009. Ese día habría llegado como a las diez de la mañana, completamente borracho, que fue necesario ayudarle a subir las gradas hasta el tercer piso e introducirlo a cuestas en su cuarto.
Cuando se había cumplido exactamente seis meses desde que no se tenía noticia de mi desdichado amigo, el conserje del edificio había tenido que ingresar al departamento con el propósito de disponer del ambiente para otro inquilino, al fin y al cabo estaba todo pagado por adelantado. Al no saber qué hacer con las pertenencias de mi amigo, había llamado a todos los teléfonos registrados en su agenda, unos le dijeron que pasarían en el transcurso de la semana, otros que no le conocían y hasta que por fin pudo dar conmigo.
El día convenido me hice presente en el departamento, sus cosas habían sido recogidas y amontonadas en un rincón de la cocina. Después de verificar sus objetos personales me subí con ellas en un taxi hasta llegar a mi domicilio, donde tendría más condiciones para revisarlos y así poder encontrar alguna pista relacionada con José Estensoro.
Una vez en mi guarida, pude cotejar sus enseres, una mochila mediana de color verde, vacía y nauseabunda, un maletín de cuero color café que contenía algunos papeles, comprobantes de pago por servicios de internet y telefonía de larga distancia, un cuaderno empastado de tapas duras con hojas cuadriculadas y amarillentas, unos libros viejos cuyo autor era un tal Jaime Sáenz, una agenda pequeña con tapas de plástico, un par de anteojos de sol en un estuche de cuero con adornos calavéricos, por último, un sleeping color azul. En los hechos, era todo lo que el conserje había encontrado. Era evidente que Estensoro se había marchado llevándose gran parte de sus pertenencias, porque claro está que un hombre no puede vivir cómodamente con las prendas descritas.
Hasta ahí, todo estaba bien, pero lo que más me llamó la atención fue lo que estaba escrito en las hojas del cuaderno de tapa dura, que como demostraban los hechos era un diario personal, escrito mes a mes. Entonces, es cuando tuve serias dudas sobre el bienestar de mi amigo. A continuación transcribo literalmente las anotaciones correspondientes a los meses de junio y julio, para que el lector pueda sacar sus propias conclusiones y de esta manera acaso pueda ayudarme a dar con él.
Junio de 2008.
No había cosa mejor que saber que podía dormir unos cuantos minutos más de lo acostumbrado, sin embargo, ese día, me levanté como autómata a la hora de siempre. Me encontraba más relajado y con una leve sensación de vértigo. No se porqué no me había quedado unos cuantos minutos o talvez más horas en la cama, cuando en los días particulares casi siempre encontraba a Morfeo recién a la hora pico, cuando debía levantarme para ir a trabajar. Y ahora que tenía la preciosa oportunidad tan anhelada, ya me encontraba de pie. El café tenía un sabor a frío y sol fulgurante que trastornaba deliciosamente mi gusto, dejándome un aroma de recuerdos de una remota infancia.
Todo estaba tan tranquilo hasta que sonó el teléfono. Pesadamente me levante para contestar, formaba hipótesis sobre quién podría estar buscándome y con qué motivo. Cuando trataba de configurar la identidad de quién me llamaba, una voz grave, ronca y profunda me dijo -carajo ¿que diablos te paso? Ya pues dime, contesta… Solo pude atinar a contestar -¿Un momento, quién habla?- Por mi mente se plasmaron varios rostros, me preguntaba quién diablos tenía el coraje de molestarme tan temprano y en un día dedicado al santo descanso. Interpelé levantando la voz -¿Quién habla?- Y obtuve como respuesta una sarta de insultos: - ¿Cómo no te vas a recordar? no te hagas a los cojudos-. No creas que haciéndote a los pendejos vas a eludir tu responsabilidad-. Ante el grave tono que había ido adquiriendo esa voz, me estremecí hasta las bolas. Como una ráfaga, algunas imágenes se plantaron en mi mente. Callejuelas oscuras, un par de vagabundos, el hombre con la barba plateada y desgreñada, un rostro sin rastro de expresión de una mujer joven. Sólo atiné a mascullar para mis adentros -¿dónde diablos estuve? ¿Qué carajos hice?- Y de pronto, la voz me sacó de mis cavilaciones -No te hagas a los pendejos, anoche estabas más lúcido que una lumbrera, y ahora no me salgas con que no te acuerdas de nada. ¿Te das cuenta de las consecuencias del crimen que cometiste?- Muy exaltado sólo atiné a gritar: -¡No se quién diablos es usted!, ¡no se de qué me está hablando!, creo que se equivocó de teléfono y de persona. -¡Mierda!-, tronó la voz, -tu me diste este número y tu eres José Estensoro, además pendejo tu voz es la misma-. Nuevamente bulleron remotas voces –El paso cuesta joven, no es así nomás, a lo menos para usted, será como quitarle las ganancias a un pobre pordiosero. Son 10 bolivianos nomás-. Y una mujer con una risa burlona siseaba -Usted entrará bajo su completa responsabilidad.
En honor a la verdad, no recuerdo nada más, solamente esas imágenes que he referido. Aunque tengo la clara sensación corporal, que estuve en algún lugar alejado de los monstruosos edificios de la urbe. Mi cuerpo más que estar cansado, estaba como satisfecho de no se qué experiencias. Mientras permanecía inmóvil con el auricular del teléfono pegado al oído, mi vista cayó en la cuenta de que en realidad no era sábado, sino lunes, tal cual me hacía constar el calendario electrónico del armario del fondo.
Nuevamente la voz en el auricular, gritaba desesperado: -¡Ahora no puedes negar tus acciones, tú eres el culpable, tú deberías estar encerrado en esta maldita celda. Tú me incriminaste, saldré para cobrar venganza, maldito me la pagarás-. Al proferir esta última frase, colgó abruptamente.
Habiéndome quedado tieso, me dejé caer en el sillón muy apesadumbrado y pensativo. No recordaba casi nada. Mis recuerdos parecían confundirse con mis sueños o pesadillas. Estaba consciente de todo lo que había hecho hasta el viernes. Pero cuanto más trataba menos recordaba lo que había hecho ni dónde había estado el sábado y el domingo. Solamente estaban en mi cerebro los dos pordioseros, que más parecían provenir de un mundo onírico. No obstante, la sensación de haber estado en otro lugar y con personas desconocidas, a lo menos para mi estado consciente, eran una referencia innegable. ¿Qué es esta situación en que mi mente no recuerda absolutamente nada, pero sin embargo mi ser corpóreo posee el “recuerdo” en forma de sensaciones, que no sabe cómo traducir?
Así pasaron varias semanas, no había momento en que no tratase de recordar lo que había pasado en esos dos días perdidos de mi vida. Me tenía sin cuidado las amenazas que había recibido de aquel desconocido, alimentaba la idea de que simplemente había sido una equivocación o tal vez una pesadilla. Siendo yo una persona pacífica, ¿qué crimen pudiese haber sido yo capaz de cometer?
Por las noches, en mis sueños más profundos y al son de profanos cánticos, veía sacrificios sangrientos de hombres frenéticos de muerte, en catacumbas iluminadas por gigantescas antorchas, mujeres en danzas eróticas que veneraban la oscuridad y la perdición total. Un hombre de mediana estatura oficiaba el culto, cubierta su silueta de jirones de trapo de lo que habría sido alguna vez alguna vestimenta decente. Siempre estaba con el rostro hacia el muro de la catacumba. Las antorchas humeantes reflejaban en las paredes su sombra gigantesca, confiriéndole un aspecto sobrenatural y monstruoso. Cada vez que trataba de mirar el rostro de ese hombre, despertaba muy sobresaltado, sudando copiosamente y delirando frases incongruentes.
Desde entonces, he estado observando cada uno de mis movimientos, tratando de interpretar mis sueños, siguiendo mis acciones en la continuidad de los días en el calendario, vigilaba a qué hora me acostaba y a qué hora me levantaba. He decidido llevar un diario para anotar cualquier detalle que pudiese escapar a lo normal. Debo manifestar que se perdió misteriosamente mi abrigo, tipo gabán, color negro. Luego, el día de ayer mis calzados estaban embadurnados de un lodo amarillento, que efectuado las pesquisas no pude averiguar su procedencia. El otro día desperté muy cansado con la sensación de no haber estado en mi dormitorio toda la noche. Paulatinamente muchos de mis objetos personales se han ido esfumando. Creo que me estoy volviendo loco aunque me asusta más la idea de ir a ver a un psiquiatra. Además la anterior semana, unos hombres desde el interior de una limusina me saludaron con una extraña reverencia. ¿Qué me está pasando?
Julio de 2008
Ya es demasiado tarde para retornar.
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